viernes, 19 de agosto de 2011

La redención al precipicio




Estallar la brumosa alegría etílica con el rugido de música diluida en líneas de azúcar, el dejarse seccionar por las esquinas de los dados que se precipitan hacia el limbo de la suerte, abstraerse con el orgasmo oculto entre carta y carta, con la vertiginosa velocidad con que se barajean las oportunidades y el susurro de Satanás revelando combinaciones prodigiosas hacen del escenario una estampa de desgracia, de las pasiones un infierno de trastornos y de la dignidad una tumba violada.


Cada onda expansiva de furor, cada arrebato efervescente de miedo, vence el peso de la cabeza y se desborda por un caudal de fortuna intangible, esa que flota por encima del humo de caricias lascivas al cigarro, que transforma a las miradas húmedas en quebradizas promesas, dilapidadas en la redención al precipicio; combustible que necesita del azar como pago al suicidio asistido.


Todo danzando anárquicamente por la venas del mayor éxtasis a muerte que se puede hallar en la ganancia de billetes fugitivos. Nadie apunta el revólver contra la sien más que la mano que lanza los dados, ruleta rusa que disparara a los incalculables períodos de sueño substituidos por la fe en una insuperable mano ganadora, en aquel trío de reyes que nunca asomaron más sin embargo arremetieron contra los bolsillos del pantalón, dejándolos tan vacíos que pesan cantidad, hundiendo en el desasosiego donde la derrota ahoga.

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