miércoles, 13 de julio de 2011

A quien corresponda.


No hace falta que te cuente lo que pasa en mi vida, ni lo que hago, ni lo que pienso. No hace falta que sepas que detrás de mi barricada me tiro al suelo en posición fetal, rezando por que ésta jodida vida no se me venga encima, no me aplasté entre mis miedos, no me haga mierda.
Para qué te digo que vivo bien, que sufro porque la quiero, o que me aterra mirar por la ventana del tercer piso de la locura, viendo pasar a la gente, las años y mi vida. Para qué, digo, si todo lo que te pueda decir puede ser verdad, o el producto de mi puerca imaginación.


Me gusta caminar entre los edificios enormes, pensando en que si muriera en ese instante, lo prefiero así: aplastado por toneladas de cemento, cristales y huesos sangrientos; en suelo firme, pues. Me cago de miedo con las alturas.

Anoche que estuve en la calle mirando y fumando, pasaba una pareja debajo de un poste de luz, abrazados con un ramo de rosas de pormedio, como una pinche foto romántica, de ésas que ves por ahí. Entonces de entre las sombras aparece un sujeto malencarado, que los despoja de la cartera, el anillo, la bolsa y la inocencia de caminar como si fueran por la alameda al mediodía, en aquel barrio de mierda que alberga todo tipo de gentuza: novelistas amateurs fracasados, artístas de todo tipo, y uno que otro ladrón de arma blanca. Y yo, claro.

Nunca antes había escrito una carta y está por demás decir que nunca antes había escrito siquiera un resumen para alguna tarea escolar. Tampoco sé qué pueda interesarte. Ni siquiera sé si vayas a leer esto, aunque eso tampoco me importa mucho. Estoy solo y quise platicar con alguién antes de irme, a falta de compañía te escribí a ti.

No tengo una idea clara de cómo es que la gente se despide a través de una carta. Que yo sepa la gente ya no suele escribir cartas. No sé, será que la soledad terminó por enloquecerme o es que nunca pude despedirme de nadie. Tampoco me gusta esa triste palabra que evoca pensamientos trágicos como despedida.

Me hubiera gustado estar aquí un poco más, para verte crecer. Sin embargo estoy obligado a largarme ya, salir huyendo como puto cobarde, un prófugo que no tiene ni pinche idea de lo que hace, paralizado por el miedo, meado y cagado. Jodidísimo.

Ya por último quisiera pedirte un favor. Y es que, me quedaron deudas por cobrar, así que si lo ves dale una patada en el culo, esculca en sus bolsillos, en su casa, su oficina, su vida y toma lo que encuentres, quédate con todo, te lo doy a cambio de todo lo que quisiste hacer por mi. También puedes quedarte con mis viejos libros, mi disco consentido de Coltrane y las baratijas que encuentres, aunque tal vez se hayan llevado todo para descartar posible asesinato. Como si tú y yo no supieramos que nadie investiga nada, que a pesar del agujero que queda entre ceja y ceja, que empapó de sesos el cuadro viejo que colgaba en la pared, dirán que un ataque fulminante al corazón terminó con la vida de este joven. Palabrerías.

Con mucho cariño, Anónimo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario