lunes, 23 de mayo de 2011

Reflector

Comenzo mirandome casi perfectamente normal, solo note cierta intriga en su mirada cuando me saludo, algo comun cuando se trata de mi.
La señorita nos presento y poco a poco intento romper el hielo comentandole antiguas anecdotas de nuestro pasado: Mis ideas soñadoras en secundaria y mi intento frustado de intentar sser alguien en esta vida sin esforzarme.
Fue en ese mismo instante cuando menciono que yo era un "mantenido" cuando su mirada se volvio cada vez mas incomoda hasta el punto de volverse grosera en el transcurso de la velada.

Lo entendi enseguida... para el no soy tan solo un joven trabajador que arruino su vida estando esperando que la oportunidad llegue, para el soy todas las personas "dormidas" en este mundo. Soy su representante mas cercado y para el soy el unico culpable.

Me tomo del cuello y me mato... pero poco realmente podia hacer contra aquella razas superiores.
Ni de los que despertaron de la nada cubiertos de oro
Ni los que de tanto caer en liquido de bateria han perdido la facultad de llorar.

Yo soy al que matan en ese restaurante y la gente sigue degustando su sopa sin preocupacion.
Porq señoras y señores! Ah muerto un perdedor.

                                                                                                                Freaknik

viernes, 13 de mayo de 2011

Marchas Fúnebres

Es una calle larga, empinada y empedrada, con casas de fachadas tristes, sombrías, fúnebres. Es fría en primavera, un infierno helado en invierno, un río caudaloso y mortal, que desemboca en el panteón civil de un pueblo sin nombre, sin pasado y con una historia sepultada en el olvido oficial. Es la calle donde un mar de gente camina arrastrando los pies, y sobre ellos una caja de madera barnizada, decorada y bien pulida, flota como un barco a la deriva después de una tormenta arrasadora, sobre los cuatro hombros que lo sostienen a flote, enrojeciendo la piel sensible con el peso de la muerte.

Llevan velos, las damas, que cubren las lágrimas y vestidos negros que enlutan el alma. En la boca la plegaria que consuela, que amaga el dolor y resigna su corazón. Encomendados a dios nuestro señor, siguen su camino por la calle Resurrección, flotando al compás del silbido del viento al chocar con las puertas de madera vieja.

Y flota el navegante hasta doblar la esquina, donde doblan las campanas, anunciando su llegada y despidiéndolo de la vida. Con las vírgenes y los santos por testigos, cobijado por el humo de los cirios, el perfume de las flores y las oraciones. Ataviado con arreglos y coronas, con listones y sermones. Atento a las palabras del hombre de blanco y barbas largas, que pide perdón por él, con la mirada vuelta hacia la cúpula vieja de la iglesia, que ruega por él, por nosotros los pecadores, en la hora de su muerte, amén.

Terminada la última misa que habría de presenciar el cuerpo inerte, sale en su navío sobre nuevos cuatro hombros jóvenes, hacia su destino final, donde reposa la carne que alimenta, los huesos que se despostillan y el polvo que se mezcla con la tierra. Ahora con la custodia que flota en el aire penetrando los oídos, que emana de las campanas metálicas que transforman el aliento en melodía, para despedir a la vida con la última marcha en su honor.

Se intercambian los acompañantes más cercanos, que cargan con el peso del difunto, que comprenden ahora, que pesa más la muerte de uno que la vida de muchos. Y que dios nos acompaña, y que él se lo llevo como nos llevará a todos, hasta que no quede nadie, hasta que muera él también, de soledad; solo, sin marchas fúnebres, sin ojos que le lloren, ni una boca que ruegue por la salvación de su alma corrompida. Y sabrá entonces que vivió engañado por una eternidad que se le esfumó, que él no nos creó, que fue producto de una colectividad aterrorizada. Que, en realidad, nunca existió.

Como tampoco ya existe el náufrago que está llegando a camposanto, con paso inseguro aferrándose a este mundo, como no queriendo irse aunque ya no esté. Llegando ya a tierra firme donde quedará hasta el final de la vida, hasta el final de la muerte, hasta el final del final. Y es bajado cuidadosamente, hasta el fondo de su nuevo hogar, donde será cobijado por un montón de tierra que lo desintegrará, mientras afuera todos lloran desconsolados, habiendo alguien que incluso se arrojó junto con el ataúd al fondo de la tierra, fuera de sí, gritando hasta quedar inconsciente por un golpe de dolor.

Suena de nuevo la marcha fúnebre que ya no escucha debajo de la tierra, que nunca escuchó porque ya no vivía más. Y tampoco se enteró de la procesión, la misa, los cantos, ni nada. No se enteró porque desapareció cuando murió.

amc

martes, 10 de mayo de 2011

Byron ya lo experimentó

Nunca fuí amigo de la sociedad; tampoco ella se mostró amiga mía. Nunca intenté alcanzar sus votos; jamás se me vio doblar pacientemente la rodilla ante los ídolos, ni forzar la sonrisa en mis labios, ni unirme al eco de los aduladores. Viví como extraño entre los hombres; estando entre ellos parecía ser perteneciente a una especie distinta; envuelto en el sombrío velo de mis pensamientos, muy diferentes a los de mis semejantes, continuaría siendo aún el mismo, de no haber dominado y moderado mi alma...



Things change honey :P
noxious maverick

domingo, 1 de mayo de 2011

Vestida de estallido

Alcanzando las marejadas de gente se dirigió a la entrada del Metro, descendiendo por grandes escaleras eléctricas, sintiéndose como si estuviera cautivo, impresión que se reforzó cuando compro el boleto que serviría como su código de identificación (número de presidiario 24601) para deslizarse a través de los pasillos en dirección a los andenes, navegando por el laberinto de anuncios y telarañas, lo que lo llevaría de vuelta a las raíces de la oscuridad que crecen bajo el concreto, alimentando el sueño resquebrajado de la ciudad. Por fin, dentro de éste, Tiresias continuó deambulando entre vagón y vagón, recopilando susurros que emanaban las cabezas y bocas del imaginario colectivo, en el que se alojaban ilusiones minadas, estimando cuan tenebrosa vuelve la noche artificial de los túneles a las formas, ese montón de vapores ahora tan inocentes que se amontonan en la superficie de su vigilia cuando, estando dormido, se mezclaran dentro del espejismo de su mente y le mostraran algún augurio fatídico, ese humo de desgracia que por la madrugada le forzaba a toser y escupir pedazos del destino. Empapándose del maquinal ensueño que necesita de la fantasía para realizarse, como quien necesita del comer cada día, tropezó (entorpecido en parte por su andar embriagado) con ella.


Estaba ahí, estremeciendo el ritmo, vestida de estallido, de trueno, una explosión translúcida entre aquella multitud de rostros de peón; una reina blanca fraguándote el jaque a ti, que te encuentras atrapado en la torre que es tu soledad. Fue desmedido el ardor en la que una ilusión se dibujaba en tu interior, que de inmediato supiste que nunca amarías a nadie como lo harías con ella que, al advertir tu mirada enardecida, volteó y te devolvió una sonrisa tan franca como simpático era su semblante. Esos ojos tan joviales, tan llenos de lo que promete convertirse en una existencia optimista, encarnaron el amor que nunca creíste sentir, aun en lo que fueron las más impetuosas fantasías, fuiste golpeado por la fuerza de todos tus orgasmos frustrados cuando su piel te acarició en las pupilas...


En aquel momento Tiresias despertó de la música soporífera que había sido su vida y resolvió seguir el impulso fanático de abandonar lo fehaciente cuando vio que las puertas se abrieron y ella bajo del gusano de metal hacia un destino incierto. Cuando intentó hacer tangible esa piel blanquísima y pecosa del rostro de aquel espíritu lunar, de femeninos acentos orientales, aspirando establecer algún tipo de comunicación, ella echo a correr como si se tratara de un juego donde él gozara en atraparla, andando sin importar demasiado en abatirse sobre la multitud. Así Tiresias emprendió la carrera para alcanzarla, que después de recorrer varios pasadizos atestados la encontró cruzando el umbral de la salida, que dado por el ajetreo de ir en contra de la corriente no sabía en cual calle se localizaba, se estrellaba de frente con algún paraje anónimo.


Descubriéndose incomprensiblemente arrastrado por lo oculto, fue cubierto por el voltaje azul del cielo que se escurría entre un desfile de banderas multicolor y estructuras de globos, un carnaval delirante había tomado por asalto las avenidas…
málchicom