lunes, 12 de septiembre de 2011

Todo lo perdido

Lo que lacera no es la pérdida de monedas, consumidas como ceniza de colillas carcomidas, sino los miles de litros de alcohol que impregnaron con relámpagos de neón los contoneos de las musas pérfidas. Una embriaguez interminable de elevado veneno erótico, enajenación recalcitrante alimentada por los roces de súcubos lujuriosos, que excitan la brusquedad de las apuestas hasta que espuma de rabia brota de las fichas y sangre de los corazones de las cartas.


La frustrada sonrisa de dientes amarillos, estrangulada por carnosas piernas que recorren la aridez del desengaño con una liviandad de intoxicación, es la desmadrada mueca con la que el destino se asimila,  con la que termina subyugada al sabor plomizo de la pesadumbre, gustillo de lo que se desvaneció tras el desgaste de efímeras ganancias, de febril y superficial placer. No obstante con el irónico consuelo de saber que en cuanto se formuló la primera apuesta el juego ya estaba arreglado en desventaja y que el destino proveería una mala ronda, que la única corrida ganadora ocurriría tras la cremallera.


La puta que falla el truco de la muñeca y termina con la cara amoratada hace la hora de partida penosamente forzosa, no obstante, sin olvidar despedir de beso a todo lo perdido, que permanecerá a un tiro de distancia siempre. Aun así la fachada del lugar sigue estremeciéndose, rompiendo y haciendo fluir sangre a las arterias del desenfreno, con la piel palpitante por las heridas, llagas que se extienden hasta el inevitable fracaso. Piernas que siguen abriéndose, invitando a penetrar el himen de la realidad con falo de oro.

No hay comentarios:

Publicar un comentario