martes, 27 de septiembre de 2011

La noche de mi muerte

-¿Qué haces tú aquí, cabrón? Creí que te había matado la bala que te tragaste.

-Qué te importa, tú estás más muerto que yo y no puedes ni morirte. Mírate, estás hecho una mierda. ¿Hace cuánto que no te bañas? Apestas.

-Yo no hablo con los muertos.

-Tú eres uno de ellos.

-Yo vi tu cadáver junto a la cama aquella noche, con tus brazos extendidos, no puedes estar aquí. Debo estar dormido, o ebrio.

-O muerto.

-Estoy muy ocupado, señor muerto; dime qué quieres, a qué vienes.

-Tú viniste a mí, ¿o es que no recuerdas la noche en que nos morimos? No pongas esa cara de idiota, tú y yo nos matamos el mismo día. Estabas tan triste, tan jodido, el mundo se pudo haber acabado en tu cara y no lo habrías notado. Tenías los ojos más rojos que el charco donde quedé tendido, llorabas como un niño, e intentabas escribir no sé qué en un pedazo de papel que quedó en blanco para siempre, como mi mente cuando decidí que el dedo se contrajera. ¡Estamos muertos!

-Déjame en paz, no sé de lo que me hablas. Yo fui a tu casa a devolverte tu libro de poemas baratos cuando te encontramos tirado en el piso de tu cuarto. Y te cerré los ojos sin vida. Estuve en tu funeral, en tu entierro, y he visitado tu tumba desde entonces.

-Quién se podría imaginar que vas a dejar flores a tu propia tumba. Tienes tanto miedo que ni siquiera te fijas en la inscripción que tiene tu nombre. Tú querías hacerlo pero no tuviste el valor de arrancarte los pensamientos, y por eso recurriste a mí. ¡Sí, yo te maté!

-Eres un fantasma, nada más que eso. No tengo por qué tomarte enserio. Yo vivo muy tranquilo ahora.

-Los fantasmas no existen, amigo mío, son más bien la representación de tus miedos y tus pensamientos más profundos. Yo soy lo que nunca pudiste ser y siempre quisiste; tu caja de pandora, tu verdugo y tu mejor amigo. Y, por cierto, esta no es mi cama, ¿dónde están mis libros y todas mis cosas?

-Las tiramos todas cuando me mudé aquí. Recordarte con tus pertenencias resultaba muy doloroso para mi, aunque nunca encontré nada que me hablara realmente de ti, digo, estaban tus libros, tu ropa, tus discos; pero nada realmente tuyo, como los borradores de las cartas que me dijiste que tanto le gustaron, o tus cuentitos mal escritos.

-Me tomé la libertad de quemar todo. Sería vergonzoso morirse y dejar tus secretos a quien los encuentre. ¿Le has visto? A que está más guapa que nunca, como la vez que nos besamos por primera vez, a escondidas, con mentiras y muchos parasiempres. ¿Qué diría si me viera ahora que ya no me importa ni ella ni nada? Seguro es muy feliz.

-Me temo que sí. Pero no acabo de entender qué haces aquí.

-Pero qué grosero he sido, mis disculpas. Resulta que vine por ti, te necesito allá donde la soledad y el olvido nos mata a nosotros los muertos. Estoy solo y vulnerable.

-Pero no quiero ir contigo, no estoy listo para morirme de pronto. No así.

-Desaparecerás de tanta soledad y tristeza, te olvidará para siempre. Se morirá también y la verás morir una y otra vez. Date prisa que no tenemos mucho tiempo.

-¿Sientes frío? Creo que debo llevarme mi abrigo favorito.

-Y el último cigarro que te vas a fumar.

-¿Recuerdas cuando pasábamos por aquí esperando a que saliera con su cabello casi negro, casi café? Y te sentabas horas ahí, escribiendo en tu libretita puras mentiras, hasta que creíste que estaba enamorada. Siempre fuiste un cabrón, egoísta. Una mierda.

-¿Has estado bebiendo?

-No mucho, pero lo suficiente para estar hablando con un muerto.

-Debiste haber limpiado aquí, ni siquiera se ve tu nombre.

-No quería verlo.
A.M.

No hay comentarios:

Publicar un comentario